28.1.10

y ahora qué?

Setiembre de 2009, hicimos un viaje en bicicleta por la provincia de Lleida. Redescubrir mi tierra, paisajes, lagos, ríos, pueblos perdidos entre montaña y que la gente no deja de abandonar.

Fin del viaje, volvimos a Lleida (100.000 personas), luego unos días en Barcelona (2millones de personas) y luego a París (11 millones de personas), suerte de la descompresión, como los buzos. Hacerlo de golpe podría ser mortal.

Después de sobrevivir París, su frío, sus horas interminables en el metro, el idioma nuevo para mí, hemos hecho el camino de vuelta. París – Barcelona – Lleida

Y ahora que? estamos a principios de 2010, a 2 meses de empezar uno de nuestros sueños, un largo viaje. Destino, Sudamérica; itinerario, sólo el tiempo y la gente que vayamos encontrando lo marcarán.

Y estoy de vuelta en Lleida, la ciudad que me vio nacer, la ciudad que abandoné a los 18 para ir a Barcelona, la ciudad que poco a poco fui olvidando cruelmente hasta despreciarla.

Es como la vuelta a casa que ya no es tu casa. Qué es tu casa?

Dónde está tu hogar? Está donde tu familia? O donde tus amigos? O donde trabajas y vives?

Si hago preguntas de vez en cuando es porque no sé la respuesta y la lanzo para ver si alguien se atreve a contestarlas y dar su punto de vista en éste blog dejando su comentario.

Igualmente no os cortéis para dejar un mensaje para decir vuestra opinión o crítica.

Llevo 3 semanas en Lleida, y la vida me ha dado una gran lección. Cuando no esperas nada, cuando solo dejas que las cosas pasen, cuando estás abierto y atento a lo que pasa, las cosas van surgiendo, la gente que aparece en tu vida aparece por un motivo. Y ahí están todos ellos, que quizá sin quererlo me ayudan cada día a ver más claro qué quiero en la vida.

Hoy, ya casi a punto de dejar enero, queda poco menos de un mes, y aún no siento que marchamos por un año! Sudamérica está muy lejos, y aunque cada día husmeamos la biblioteca en busca de libros y películas, el presente me tiene absorbido. Y es lo mejor que le puede pasar a uno, el disfrutar el presente y no dejar que nuestra mente nos lleve al futuro y nos impida disfrutar lo que tenemos delante de las narices.

Detrás queda Barcelona, y todos l@s grandes amig@s que tengo allí. Y no los olvidó, y espero verlos en un par de semanas en Barcelona.

Hace unos días fuimos a una charla de un psicólogo, gracias a mi madre. La charla era sobre el crecimiento personal, miedos. Y fui muy interesante, pero la persona que estaba detrás de las palabras lo era incluso más. Carlos. Vive en medio del bosque, arreglando una casa medieval, utilizando paja, madera y cal. Conociendo mucho más de lo que muchos arquitectos recién licenciados como yo sabemos (sighh). Planeando un centro social, que va a tratar de la relación entre campo/ciudad. Justamente el insecto que lleva infectando mi mente los últimos 2 años de mi vida, en los que he pasado de amar Barcelona a querer dejarla. Mi amante me saturó.

Dejemos a Carlos de momento. Al día siguiente fuimos a un laberinto energético en medio del campo, cerca de Guissona, que había montado Asun, una arquitecta de Lleida. Que qué es un campo energético? Pues no lo sé explicar, pero sí lo sentí.

Para los escépticos son un puñado de piedras en el suelo puestas de forma simpática donde un loco te dice que cuando pases por él la tierra te va a enviar su energía. Para mí fue algo sin prejuicios. Fue el sentir un cosquilleo en los pies viniendo de la tierra. El sentir cuando acababa y cuando podía desandar el camino hecho.

Fue ver cómo mi madre temblaba de calor en medio del laberinto y se ponía a llorar desconsoladamente sin que ninguno de nosotros pudiese hacer nada. Fue el aprender que no hay que decir nunca o que algo no existe si no lo has probado.

Al día siguiente fue San Antón, el patrón de los animales y el día de reivindicación de los agricultores y payeses de Lleida. Y el ver cómo el gobierno abusa de ellos, y se ignora y se maltrata a los que nos alimentan.

En pleno enero, un domingo a las 8 de la mañana, hace bastante frío en Lleida, pero un bocadillo de ‘llonganissa’ y un poco de vino en porrón para bajarlo ayudan bastante. El plan era quedar con unos amigos de Jaume y Sergi (2 de mis mejores amigos en Lleida) e ir a la montaña. Si para alguien el fin es lo importante ese día podría haber sufrido un ataque de nervios. Dejar que las cosas sucedan en cambio permite disfrutar el día tan surrealista que tuvimos.

Distancia sin paradas: 60km, tiempo aproximado 40minutos.

Distancia con muchas paradas: mucha (incluye recoger al uno, al otro; esperar a éste, al otro; ver cómo van entrando personas y perros en la furgoneta, que tapamos con cortinas para que la poli no nos pare; subir a casa otra chica en Balaguer, visitar su tienda, ir a su granja...) / tiempo aproximado (unas 5 horas)


Al final caminamos como media hora para estarnos 2 horas comiendo en el bosque, luego se encalló la furgoneta en el barro en una ruta ‘suicida’ después de días de lluvia y acabamos en un pueblito perdido en una casa medio derruida donde tomamos un café y ya nada nos podía sorprender.

Antes de continuar quiero aclarar que fue una decisión nuestra de pasar estos 2 meses antes del viaje sin trabajar. Encuentro insuficiente el mes ‘estándar’ de vacaciones que ofrecen la mayoría de los trabajos en el mundo en el que vivimos, junto con la ‘supuesta’ seguridad que nos ofrecen. La mayoría de trabajos nos estrujan. Os habéis dado cuenta que nos quitan las mejores horas del día de los mejores y más productivos años de nuestras vidas?

Tengo la suerte de haber ahorrado trabajando en París, pero sobre todo debo agradecer a mis padres, ya que hemos ‘okupado’ su casa y debido a ello nuestros gastos son menores. Sería hipócrita ocultar o negar esto aunque sí es verdad que no dejamos de okupar también nuestro tiempo con cosas que no significan un gasto de dinero.

La semana anterior nos fuimos Aneta, mi hermana Eli y yo a Alberola, a visitar a Víctor, un pintor que conocimos en nuestro viaje en bici en setiembre. Sin ese viaje en bici, lleno de barro y cambios y cadenas rotas, nunca lo habríamos conocido, ya que la rapidez del coche te impide descubrir estos pueblos que apenas se ven en los mapas.




Víctor es un pintor y escultor que después de vivir muchos años en Barcelona se volvió al pueblo donde nació y junto a su casa tiene un estudio donde su mente incansable e increíblemente creativa no deja de invadir todo con su arte: cuadros, esculturas, cucharas, platos, barandillas, suelos, paredes y si te descuidas te pinta a ti también.



Para Aneta fui un encuentro increíble. Compartiendo cuestiones filosóficas acerca del arte, el placer por el arte y el comercio con el arte. En la parte más alta del pueblo Víctor arregló el antiguo pajar cómo casa de invitados y allí es donde pasamos casi una semana, con la vista que podéis ver del paisaje tan cambiante cómo bonito. Niebla que envolvía todo; niebla que marchaba rápidamente lamiendo las montañas para dejar aparecer el sol junto con las sombras que siempre aparecen con él.

Una montaña que duerme, quizás una metáfora de la tranquilidad que se vive en el campo.

En la casa leemos, cocinamos, estudiamos (mi hermana y sus exámenes de 2º de psicología), echamos leña al fuego, bajamos a pedir sal o ajos a Víctor o tan sólo nos quedamos mirando por la ventana.


Una noche de frío, con Angi y Aneta y después de unas botellas de vino abandonamos el calorcito de la estufa de leña para salir y estirarnos en el suelo y admirar el techo de estrellas que nos cubre. Que cerca está la ciudad y en cambio cómo cambia la percepción del mundo el estar aquí.

Aquí los horarios cambian. Ya no es la tele, internet, los bares, el trabajo que termina tan tarde, lo que marca tu horario. Es tu cuerpo, es la luz del día lo que te marca el ritmo.


Víctor y mi hermana Eli que después de su intensivo de estudio coge el tren en Balaguer en su vuelta a Barcelona

Simplemente pasear por pasear. Caminar toda la mañana sin un rumbo fijo.


Tan solo disfrutar del paisaje y ver como los perros del pueblo les gusta ir con nosotros (supongo que con intereses alimenticios detrás) y se ganan nuestro cariño lametazo tras lametazo.

Llegar a casa con hambre. Y comer porque el cuerpo te lo pide y no porque sea la hora de comer. Aquí el gasto energético se equilibra con la cantidad de alimentos que comemos. En la ciudad en cambio, la mayoría de las veces comemos más de lo que toca.

Siento mucho si parece que estoy idealizando el campo. Tan solo explicó lo que sentí esos días. Pero sé de los problemas que tiene vivir en el campo y la dificultad de encontrar trabajo allí. Y soy muy consciente de todas las cosas buenas que también me ha traído la ciudad.

Pero el campo me llama; a ratos me suplica, a ratos me susurra. Y yo le hago caso y lo voy ‘redescubriendo’. Y me impide oír a la ciudad, que no se si llora mi perdida o tan solo es el ruido de las máquinas taladrando las calles.

He aprendido a no sorprenderme de lo que acontece en la vida. Mi vida ha cambiado tanto en los últimos años que acepto como normales cosas que hace unos años pensaba que era imposible que un día me ocurriesen.

Conocer a un pintor, te abre su casa, su vida. Te deja ‘invadir’ su espacio; el espacio donde crea; de teja tocar, oler, mirar. Y el respeto o distancia inicial se convierte en amistad. Porque la promesa que se hace a menudo de ‘volveremos a visitarte’ la cumplimos. Y aquí estamos, yo observando su vida a través del objetivo de mi cámara y Aneta impregnándose de su creatividad y pintando junto a él.

Y porque no el intercambio? Intercambiar trabajos en lugar de dinero puede funcionar más veces de las que esperamos. Su agradable hospitalidad nos hacía sentir en deuda y buscaba una manera de ayudarle que no encontraba. Y lo encontré la fotografía. Lo que empezó como un hobbie hace 3años me ha dado muchísimo. Y me ha permitido hacer y ver cosas de una modo que de otra forma no hubiese conocido.

Y he descubierto que hay muchísimas maneras de ver la fotografía aún cuando ‘sólo’ sea mirar por un rectángulo y apretar un botón.

Huyo de la fotografía preparada, aunque generalmente es ésta la que da dinero.

Lo que me interesa es lo que pasa, es esa incertidumbre de encontrar la belleza en cualquier cosa, en cualquier momento. De despertar un instinto para ver que va a pasar y cuando apretar el botón en lugar de disparar cientos de veces para luego escoger la foto ‘perfecta’.

Y lo que más me gusta es que es algo personal. Algo efímero, un momento que no se va a repetir y que yo he captado con mi punto de vista personal, influenciado por los años que he vivido, la gente que he conocido, las clases de arquitectura, Barcelona, cada uno de los viajes que he hecho.

Y la foto puede después gustar o no, podrás cambiar un poco los colores o la saturación, pero la foto está ahí y nadie la puede cambiar. No es como un proyecto de arquitectura que la mayoría de las veces acaba siendo muchas veces repetir líneas, muchas líneas en el ordenador cientos de veces, para al cabo de unos meses o años empezar a ver algo tangible.

Para mí arquitectura y fotografía son dos procesos que a veces se complementan pero que en esencia son procesos inversos. Al menos, como yo entiendo la fotografía. La arquitectura es llevar una idea, a veces esbozada en un trozo de papel, a un objeto real, pasando por un largo proceso, muchas veces duro aunque creativo, que puede tomar mil formas y soluciones aún cuando siga fiel a la idea inicial.

La fotografía en cambio, capta un momento único y lo fija en un papel (cambiar la palabra papel en un 95% de los casos por pantalla). En cierto modo es melancolía mezclada con alegría. Es la melancolía de ver en papel algo que ya pasó, un momento que no se va a repetir. Y alegría por haber estado allí y por haberlo captado. Y saborear una foto cómo un buen vino; volver a disfrutar con ella a medida que pasan los años.


Me gustaría explicar lo interesante que fue ver a Víctor en su proceso creativo, pero creo que en este caso vale más una imagen que mil palabras.

Víctor nos regaló uno de sus cuadros; esperamos un día poder ponerlo en nuestra casa.

De vuelta a la civilización. Noto que me han cambiado estos días en el campo. Empiezo a darme cuenta de cuántos ruidos y estímulos externos soportamos en la ciudad y que consideramos como normales.

Tan solo un par de días después fuimos a ver a Carlos y a su compañera, Laura.

Fue hace un par de días, y mi mente aún lo está digiriendo.

Es mejor escribir sobre algo que has vivido cuando aún está fresco en tu cabeza? O es mejor dejar que madure en tu cabeza y luego las ideas y reflexiones van apareciendo solas?

Ahí dejo las fotos, y me despido, esperando que como mínimo haya removido un poco las mentes cómo a mi no paran de hacerme últimamente.





3 comentarios:

  1. Esta entrada al blog se ha hecho esperar, pero ha merecido la pena: transmite alegría a raudales.

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  2. Hi Aneta!
    I just wanted to say Hi and let you know that I found your Blog!
    I dont understand a word of it though :)
    But I will watch the pictures!
    //Josie

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  3. locos...
    me encanta lo que estais haciendo, las fotos, los dibujos como las letras son muy bien, contando su historia !! claro cesc que cuando te disfrutes del campo...del ruido del silencio, quieres quedarte en est modo de vida !!! un abrazo fuerte para vosotros dos, amigos cuidense, y suerte pa el viaje...
    les envio unas estrellas de bretana !!!!

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